Acontece que el ruido también puede ser herido, materia efímera como el tiempo que se traza en los poemas de este joven escritor que conocí un día en las aulas de la Universidad Autónoma cuando me dejó leer su ensayo “ojos erectos”, con el que posteriormente obtuvo un premio. El juego es uno de los caminos imprescindibles para llegar a la configuración de un poema, que no todo en la escritura debe quedar sometido a las reglas rígidas preestablecidas. Algo similar acontece en “Las heridas del ruido”. En el poema las palabras frente a la hoja en blanco reconstruyen un azar de doble vía de tales dimensiones que levantan con su fuerza el ritmo de la vida que choca. La poesía tiene la misión de responder las interrogantes que la humanidad ha formulado desde antaño. Dentro de ese orden de ideas Wilson ha logrado un tono bastante profundo, no le ha dejado nada a ese albur que es la saturación. El nuevo mundo que se nombra, está sugerido, por lo mismo invoca y evoca con tal naturalidad que el lector puede oír lo que hay pintado en “Las heridas del ruido”.